lunes, 16 de octubre de 2006

Para el maestro Valentín

La gente ahora corea tu nombre. Flamean banderas a media asta. Suenan las trompetas y repican los tambores. Hoy te despide el mundo que te quiere, y los que no, también.

Tenía los ojos chinitos. Su sonrisa se parecía a la de un niño. Era pequeño, gracioso, noble y cariñoso. Nunca conocí a Valentín en profundidad. Apenas pude hacerle unas preguntas cuando él era candidato presidencial este año y yo practicaba en un medio local no muy conocido.

Nunca se negó a responderme. Su voz ronca no dormía; era el pensamiento de los años 70 que estaba vivo. Siempre llevaba puestos sus lentes de vidrio de botella. Eran, pues, grandes. Hasta hace poco la modernidad hizo que tuviera uno acorde a su tamaño. Uno más delgado y pequeño.

Recuerdo a Valentín cuando fui al cierre de su campaña, frente al local de Acción Popular, en Paseo Colón. Le pude tomar algunas fotos, sin perder la costumbre de meterme donde pueda para captar las mejores.

Valentín era un hombre humilde. Caminó por los pueblos olvidados, lejanos y más tristes del Perú, como todos, pero ninguno como él. En cada una de ellas se acercaba a la gente. Se vistió como los demás. Pese a que las encuestas no le eran favorables, él nunca desmayó.

Yo voté por él porque era un hombre que me demostraba honradez y confianza. No lo veía como a los demás. Tenía una chispa que ha muchos le aburrían, pero a mí no. Tal vez por eso voté por él. Sentía que lo que él prometía lo iba a cumplir en la medida de sus posibilidades.

Paniagua nos enseñó que para ser grande en la vida hay que tener como virtud la humildad. Fue sincero y perseverante. Él lo demostró en su última campaña. Jóvenes como yo lo seguimos hasta el fin de la batalla.

Ahora nos deja el recuerdo de lo que es un verdadero hombre, un demócrata que luchó por sus ideas y por su partido. Un personaje que supo representar a nuestro país en su peor momento.

En el 2001 presidió la transición del país para luego convocar a las elecciones. Convocó para ese entonces a personajes reconocidos como Javier Pérez de Cuellar, entre otros.

Siento orgullo porque él fue un peruano ejemplar, algo que yo no soy. No veo o noto a alguien que se le parezca. No importa si tuvo algún pasado malo, no lo creo, no lo sé, solo importa lo que hizo por nosotros mientras pudo en su gobierno transitorio.

No sé cómo se debe sentir ahora Nicolás Lúcar. Ustedes saben la historia. Desde ese momento, el país lo apoyó y estuvo en contra de ese periodismo. Ahora Lúcar se dedica a hacer periodismo enteramente social. Casi no hace política. Pero en fin, mejor hablo de Valentín.

La vida de un hombre como él no se puede escribir en un solo texto. Para muchos puede ser aburrido y hasta un poco cansado. Valentín tiene un espacio en cada uno de nuestros corazones, hasta de sus detractores.

Saben, pues, lo que él significó. Muchos le dieron la espalda. Decían que ya estaba viejo para pretender la presidencia. Yo digo que se equivocaron. Lamentablemente no se pudo, Valentín. Quizá tu destino era descansar de la gente que te hacía daño.

Ahora no cabe nada. La historia de hoy ya todos la saben. Le tomé algunas fotos cuando por última vez visitó
San Marcos, universidad en la que él fue profesor Honoris Causa. Mañana lo llevarán a los Jardines de Paz. Allí su familia lo despedirá, y nosotros también.

¡Don Valentín Paniagua Corazao, que descanse usted en paz. Gracias por todo. ¡Adiós, adiós Maestro!

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